domingo, 13 de febrero de 2011

Ponencia Ing. Paulo Herrera Maluf

Intervención Ing. Paulo Herrera Maluf
Presidente-Director, Coach Consultores de Negocios

Almuerzo Diálogo de Acción Callejera-Fundación Educativa, Inc.
“Impacto de la Inversión Social en el Desarrollo Económico”
Salón Maguá, Hotel Gran Almirante
Santiago de los Caballeros, República Dominicana
Septiembre 13 del 2007 


Muy buenas tardes a todos y a todas,

Es para mí un honor indescriptible compartir esta tribuna con personalidades de la talla de la Sra. Vicepresidenta de El Salvador, la Sra. Ana Vilma Albanez de Escobar y Don Manuel Arsenio Ureña, ejemplo del ejercicio de la responsabilidad corporativa empresarial en la República Dominicana. Agradezco profundamente a Acción Callejera y a la Cámara Americana de Comercio por esta invitación que, repito, me honra como dominicano y como santiaguero.

Mi intervención de hoy consta de tres puntos muy breves. El primero de ellos trata acerca de la relación entre la inversión social y el desarrollo económico.

Sobre la relación entre la inversión social y el desarrollo económico:

Es claro que el desarrollo económico sin desarrollo social no es tal. Es una falacia. Un engaño envuelto en cifras macroeconómicas. En el mejor de los casos, el desarrollo económico y el desarrollo social deben ir de la mano; incluso puede llegar a decirse que el desarrollo económico sostenible es consecuencia – y no causa – del desarrollo social.

Esto lo hemos aprendido muy dolorosamente los dominicanos y las dominicanas. Según el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) correspondiente al año 2005, la República Dominicana tiene a la vez el crecimiento económico promedio más alto y menos volátil, así como el segundo peor avance en términos de desarrollo humano de todo el hemisferio.

Esto quiere decir que sin una adecuada inversión social, el crecimiento económico sólo favorecerá a los sectores de la población más ricos. Y los favorece tanto que el promedio de la situación económica de la población mejora aunque la dispersión alrededor del mismo se haga mayor.

El economista Peter Bernstein solía decir, para explicar cuán engañosos pueden ser los indicadores promedio, que “por el hecho de que mis pies estén sobre una estufa encendida y mi cabeza en un refrigerador, no quiere decir que en mi ombligo la temperatura sea agradable”.

Es claro, entonces, que sin inversión social no hay, ni habrá, desarrollo económico auténtico ni sostenible.Paso ahora al segundo punto.

La inversión social: ¿asunto de dinero o de voluntad?:

Es claro, además, que la inversión social es un deber del Estado y de los gobiernos. El rol del sector privado es propiciar esa inversión, ejercer su función de “creación de beneficios” – que no es lo mismo necesariamente que creación de riqueza, dicho sea de paso – con responsabilidad social y fiscal y con apego a la ley.

El diseño y la implantación de políticas sociales, empero, es una responsabilidad del Estado.

Ahora bien, la inversión social depende más de una visión y de un compromiso auténtico con esa visión que de disponibilidad de recursos. Esto también lo hemos aprendido dolorosamente los dominicanos y las dominicanas. En los últimos treinta años, hemos sido testigos de cómo el Estado dominicano ha pasado de ser una entidad depauperada e indiferente a ser una entidad que dispone de recursos… e igualmente indiferente. El acceso a recursos – provocado por el crecimiento económico – no ha traído consigo políticas sociales incluyentes.

La articulación de una visión hacia la inversión social depende más bien de LA INTERACCIÓN Y LA TENSIÓN ENTRE LAS FUERZAS SOCIALES Y LOS GRUPOS DE INTERÉS CON LOS PODERES PÚBLICOS. Se pueden tener recursos – como es el caso nuestro en el presente, en el que el Estado dispone de suficientes recursos como para elaborar y sostener políticas sociales efectivas – pero sin presión y/o un sistema de consecuencias más o menos inmediatas, el sistema político – esto es, los políticos profesionales – difícilmente se ocuparán de ello.

Y he aquí el gran desafío dominicano: En condiciones de – en primer lugar – asimetría de poder entre las fuerzas sociales respecto de los representantes de turno de los poderes públicos y – segundo lugar – ausencia de contrapeso efectivo es SUMAMENTE DIFÍCIL LOGRAR QUE EL ESTADO SE OCUPE DE LA INVERSIÓN SOCIAL. AUNQUE SUS REPRESENTANTES DIGAN QUE QUIEREN, SIN UN SISTEMA SOCIAL QUE HAGA VALER EL CONTRATO SOCIAL, EL ESTADO SENCILLAMENTE NO ASUMIRÁ SU RESPONSABILIDAD DE HACER INVERSIONES SOCIALES DE IMPACTO A LARGO PLAZO.

Sin esa “tensión social” lo que sucederá es que los recursos en manos del Estado tenderán a volverse en contra del desarrollo social, porque tenderán a ser malgastados o, al menos, no serán invertidos sabia y eficientemente. Es como el cabeza de familia pobre, que al conseguir dinero lo utiliza en gratificaciones inmediatas – bebida, juego, ropas caras, un disco parabólico para el techo de su chabola – en vez de invertirlo en mejorar las oportunidades y las condiciones de vida objetivas de sus hijos e hijas.

Es la interacción entre las fuerzas sociales – que deben estar articuladas y hacer valer sus voces – la que termina “arrancando” al Estado el cumplimiento de su responsabilidad primordial.

Ahora paso al tercer punto.

¿Cómo arrancar la voluntad de hacer inversión social a los políticos profesionales?

No existen atajos. El camino hacia la inversión social y hacia el desarrollo económico comienza a partir de la presión articulada y plural de grupos de interés.

Y permítanme ahorrarles el suspenso. Sin presión del cuerpo social, nunca conseguiremos la cantidad ni la calidad de las inversiones sociales que requerimos para avanzar en el camino del desarrollo.

El compromiso para alcanzar esos niveles de inversión social – si bien la responsabilidad principal corresponde al Estado – es de todos. Después de todo, el Estado no es más que un reflejo de toda la sociedad.

Apéndice:
Artículos publicados recientemente por Paulo Herrera Maluf.

En nuestro propio aceite

El otro día fui testigo de una discusión entre amigos acerca de la naturaleza del capital social. La conclusión fue muy lógica: el capital social en sí mismo no es un facilitador automático del desarrollo. Es aquel capital social que apuesta por la democracia y que se organiza a favor de ella – aún sea desde una válida perspectiva de defensa de un interés específico – el que provoca el real avance de las sociedades.

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