Intervención Lic. Radhamés
Mejía
Director,Centro de Investigación en Educación y
Desarrollo Humano
CIED/HUMANO de la
PUCMM
Almuerzo Diálogo
Acción Callejera-Fundación Educativa, Inc.,
"Inversión
Social: Garantía de Desarrollo"
Salón Maguá, Hotel Gran Almirante
Santiago de los Caballeros, República Dominicana
Mayo 17 de 2011
Agradezco a los
organizadores de este evento, y de manera particular a los directivos de Acción
Callejera-Fundación Educativa, Inc., por la oportunidad que me ofrecen de
conversar con ustedes, en el marco de este almuerzo-diálogo que tiene como tema
central la “Inversión social: Garantía de Desarrollo.”
Pretendo, en el breve
tiempo que han puesto a mi disposición, compartir algunas ideas sobre la
importancia de la inversión en educación como inversión social íntimamente
relacionada al desarrollo, tanto de los
individuos como de la sociedad.
Las investigaciones
en el ámbito del desarrollo socioeconómico, así como las que se focalizan en
las condiciones que deben rodear el desarrollo de la niñez y de la juventud, señalan que una de las principales
responsabilidades éticas y políticas del liderazgo de un país, tanto del
liderazgo del sector público como del privado, es crear las condiciones que garanticen
el proceso de transición que todo niño y niña debe recorrer desde su nacimiento
hasta su plena incorporación a la vida social, cultural y económica, en
relación a tres condiciones: a) la de ciudadano, responsable de compartir las
decisiones que atañen al sistema de convivencia y de cohesión social que la
sociedad a la que pertenece ha decidido adoptar, b) la de agente productor y consumidor de riquezas,
mediante su incorporación al sistema productivo del país, y c) al de creador o
co-creador, junto a su compañero o compañera, de un nuevo núcleo familiar que
contribuya a mantener vivo el ciclo vital que le permite a la sociedad y a la
especie reproducirse y perpetuarse en el tiempo.
Por estas razones en
la sociedad moderna constituye un imperativo fundamentalmente ético, pero
también político y de una importancia económica estratégica, rodear ese proceso
de transición de las garantías necesarias para que el mismo sea recorrido, de
manera exitosa, por todos los niños y jóvenes. Cada vez más hay conciencia en
estas sociedades de que de ello depende su desarrollo y la calidad de vida de sus ciudadanos.
Los sistemas
educativos son parte fundamental de estos sistemas de transición y, junto a las
familias, constituyen el eje vertebrador del acompañamiento que toda sociedad
hace a sus niños y jóvenes en su viaje hacia la adultez biológica, psicológica,
social, cultural y política. Dado el nivel de complejidad que caracteriza a la
sociedad moderna, por un lado, y de las debilidades que típicamente tienen las
familias en los entornos urbanos más empobrecidos, el sistema educativo tiene
que asumir papeles que las familias no
están en condiciones de asumir. Las expectativas y los niveles de competencias requeridos hoy del
ciudadano, tanto como actor político como económico, hacen imposible que la familia
sola pueda hacerse cargo de preparar a
sus hijos e hijas para esta transición. Pero también, hay que reconocer, que la escuela no puede sola. La tarea es una
tarea común, que nos involucra y nos compromete a todos. De todos nosotros
depende y a todos nos afecta los resultados que se tengan.
En el fondo el
problema central que toda sociedad se plantea es cómo organizar un sistema
educativo que haga posible que sus niños y sus jóvenes lleguen a ser ciudadanos
ejemplares, capaces de actuar y de participar en la vida social orientados por
valores y principios que sirvan de base a la construcción de una sociedad
basada en la solidaridad y el trabajo, y equipados con las competencias que les
permitan hacer el mayor y el mejor uso posible de los avances científicos y
tecnológicos alcanzados por la humanidad, poniéndolos al servicio del
desarrollo del país. Darle solución a este problema central debe ser uno de los
objetivos fundamentales de toda sociedad.
La sociedad que no
coloque en el centro de sus preocupaciones y de su agenda política el solucionar
este problema y no lo tome como base para definir su futuro, es una sociedad que falta y
traiciona su principal responsabilidad ética y política con las generaciones
del presente y con las del porvenir. Es una sociedad que, podemos decir, ha perdido el sentido de su compromiso
histórico y de su deber moral.
Trabajar e invertir
en la construcción y la consolidación de un sistema educativo capaz de dar
respuesta a este reto es una de las
principales responsabilidades de las generaciones que han alcanzado la madurez,
como lo son las que representamos quienes nos encontramos en este almuerzo que
nos reúne para pensar sobre estos temas.
Ante este compromiso
moral que todos tenemos con el futuro del país, debemos preguntarnos ¿qué ha
hecho la sociedad dominicana, y que hace cada uno de nosotros, para garantizar una
transición exitosa de nuestros niños y jóvenes? ¿Constituye, en materia social,
esta preocupación el centro de las políticas públicas puestas en ejecución por
nuestros gobiernos en los últimos 20 años? ¿Está la sociedad dominicana, y
nosotros mismos, haciendo el esfuerzo
que se debe? Lo que hemos hecho, en los
últimos 20 años, en esta materia ¿es suficiente? ¿beneficia a todos los niños y
jóvenes, o sólo a una parte de los mismos?
No tenemos tiempo en
este escenario para realizar un análisis exhaustivo de todas estas cuestiones
que a nosotros nos parecen pertinentes y fundamentales. A título de ejemplo, vamos a ofrecer algunos datos que permiten
situarnos en relación a estas cuestiones.
De conformidad a lo
que establece la Constitución Dominicana “Toda persona tiene derecho a una
educación integral, de calidad, permanente, en igualdad de condiciones y
oportunidades, sin más limitaciones que las derivadas de sus aptitudes, vocación
y aspiraciones (art. 63) y establece, también, que “El Estado garantiza la
educación pública gratuita y la declara obligatoria en el nivel inicial, básico
y medio. (art. 63, Numeral 3).
Veamos, rápidamente,
el nivel de cumplimiento de este mandato constitucional.
Para el nivel inicial
aproximadamente un 75% de los niños y niñas de 5 años asisten a la escuela.
Todavía tenemos cerca de un 25% esperando que se haga realidad para ellos el derecho a
la educación consagrado en la constitución de la República.
Para el nivel básico,
que atiende a los niños de 6 a 13 años, 93 de cada cien niños asisten a clases.
Ha habido mejora en la cobertura de este nivel en los últimos 20 años, pero
todavía cerca de 300,000 niños y niñas de este grupo de edad están excluidos
del sistema educativo y sus posibilidades de tener una transición exitosa a la
adultez son muy limitadas. Hoy sabemos que la incorporación al mundo del
trabajo así como a las diferentes
manifestaciones de la vida social y cultural depende, en gran medida, del nivel
educativo que se tenga. Debemos congratularnos, como sociedad, por la mejora de
la cobertura experimentada en los últimos años, pero no debemos sentirnos tranquilos.
Mientras exista un solo niño o joven privado
del derecho a la educación no debemos tranquilizar nuestras conciencias con
estadísticas globales. La privación de un derecho no es cuestión de número, es
cuestión de humanidad. Si a un ser humano se le priva de un derecho, como en el
caso del que estamos hablando, el derecho a la educación, la humanidad toda
debe sentirse herida, y ese sólo hecho debe ser suficiente para que la
conciencia moral de todos los dominicanos se subleve y reclame que el mismo sea
respetado. Sin embargo, junto a la mejora de la cobertura, todavía persisten,
en el nivel básico, serios problemas de eficiencia y de calidad. En términos de
calidad, por ejemplo, son conocidos los
resultados de las evaluaciones internacionales sobre el desempeño de nuestros
estudiantes en el aprendizaje de las matemáticas y la lectoescritura,
situándonos entre los más bajos del continente. Igualmente, en términos de
eficiencia, en promedio, nuestros estudiantes dedican cerca de 12 años para concluir
el 8vo. Grado. Apenas alrededor de 60 de cada 100 que ingresa al nivel básico concluye
este nivel. Cuando estos datos se analizan tomando en consideración el nivel
socioeconómico de la familia de los estudiantes, se observa que estas cifras son más desfavorables
entre los estudiantes que provienen de los sectores más pobres. Todo esto
indica que nuestro sistema educativo tiene serios problemas de equidad y de
calidad que deben resolverse para poder decir que estamos cumpliendo con el
mandato constitucional de ofrecer una educación de calidad para todos.
La situación adquiere
características dramáticas cuando se
analiza la situación de los jóvenes de 13 a los 17 años. Uno de cada dos jóvenes
en esta edad no está cursando el nivel educativo que le corresponde: el nivel
secundario. Por otro lado, mientras en todas las sociedades que se preocupan
seriamente por la transición a la adultez de sus jóvenes ponen a disposición de los mismos, alternativas educativas que le dan la opción tanto de
seguir estudiando a nivel terciario como de ingresar al mundo del trabajo,
nuestro sistema educativo a nivel secundario es de tipo general, con muy pocas
opciones de programas que permitan su
ingreso al mundo del trabajo. Esto también es realidad, en las opciones que se
ofrecen en los estudios pos-secundarios, para los estudiantes de 18 a 24 años. En
los Estados Unidos aproximadamente el 50% de los estudiantes que cursan estudios en
el nivel terciario lo hace en los Comunity College, en Finlandia, el 39% lo
hace en instituciones técnicas, y en Chile el 44% de los estudiantes del nivel
secundario están en programas de formación técnico-profesional, esta cifra no alcanza el 5% en la República
Dominicana para estudiantes matriculados en el nivel terciario en programas del
nivel técnico superior y, de 46 instituciones de educación superior, apenas 4
tienen como objetivo central la formación a nivel de técnico superior.
¿Qué
repercusiones tiene esto en la inserción de nuestros jóvenes en el mundo del
trabajo? ¿Cómo afecta esto el desarrollo de su ciudadanía? ¿Cómo incide en la
competitividad del país y de nuestro sector productivo en particular? El
impacto que tiene sobre la competitividad ha sido bien documentado al igual que
su importancia para la gobernabilidad. Pero hay otras áreas en las que la
carencia de un buen sistema educativo que ofrezca esperanza a los jóvenes de
una vida adulta de calidad se deja sentir. Hemos hecho algunas investigaciones
sobre estos temas que muestran cómo esto afecta la percepción que tiene el
joven de su futuro, su credibilidad en
las instituciones democráticas, su proclividad a irse del país y los efectos
que esto puede tener en la adopción de vías alternativas, como la delincuencia
y la drogadicción, para lograr acceso a bienes y servicios de los que se
sienten excluidos. Los resultados de estas investigaciones indican que el
sistema en funcionamiento en el país para que los niños y jóvenes logren
insertarse en la vida social, cultural y productiva adulta no le ofrece, a muchos de nuestros niños y jóvenes, las
garantías necesarias para lograr una inserción exitosa.
Reformar el nivel
secundario, tanto como el superior, para ofrecer más y mejores alternativas a
nuestros jóvenes de insertarse productivamente a la sociedad es una de las
tareas más urgentes y es una de las medidas de mayor trascendencia en materia
de política social para combatir la pobreza y disminuir los niveles de
delincuencia y de exclusión social que hoy viven nuestros jóvenes.
Hay muchos otros aspectos relacionados con el
tema que por razones de tiempo tenemos que dejar fuera. Pero antes de concluir queremos resaltar la
necesidad de orientar nuestras políticas sociales tomando como marco de
referencia una visión más amplia de lo que debe constituir un sistema coherente
de acompañamiento al proceso de transición de nuestros niños y niñas hasta
convertirlos en ciudadanos comprometidos con los objetivos de la sociedad, capaces
de aportar a la generación y a la distribución de riquezas y con las condiciones
personales que les permitan disfrutar de la calidad de vida que los avances
científicos y tecnológicos hacen posible hoy. Es necesario, en materia de
política social, darle coherencia las políticas educativas, con las políticas sobre
la niñez, con las de juventud y las políticas de empleo.
Articular un sistema
de esta naturaleza requiere que la sociedad, y el gobierno asuman las
consecuencias de colocarlo como eje estratégico del desarrollo del país. Esta importancia estratégica se tiene que
traducir en una mayor inversión en educación. Reconociendo que sólo con más
inversión no se garantiza el desarrollo de
un sistema como el que estamos comentando, pero, reconociendo también, que no es posible, tampoco, desarrollarlo con los
niveles de inversión que hoy tenemos. Es necesario invertir más y, al mismo
tiempo, invertir mejor. Este constituye, a nuestro juicio, uno de los
principales retos que tiene la sociedad dominicana. Estamos seguros que seremos
capaces de enfrentarlo.
El ejemplo de los
ciudadanos y ciudadanas que trabajan alrededor del programa “Acción Callejera”
deben servirnos de inspiración para
convencernos de que sí se puede hacer algo para mejorar el destino de nuestra
niñez y de nuestra juventud. Todos debemos seguir su ejemplo para aportar en
nuestros ámbitos de acción lo que está en nuestras manos hacer, sin dejar de
reclamar a las autoridades públicas que nos representan que cumplan con el
sagrado deber de no permitir que muera la esperanza de nuestros niños y de
nuestros jóvenes en un futuro mejor.
Muchas
gracias.
Santiago,
R. D.
17 de mayo
de 2011
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